El señor Arturo y sus huevos

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Dicen algunos, y no serà verdad, que algunos corresponsales de guerra de los años 80 del siglo pasado untaban con dos dólares a presuntos guerrilleros o soldados de algún país de Oriente Próximo para que disparasen cuatro tiros al aire y lanzasen algún petardo mientras los untadores cocinaban una crònica tan espectacular, como teatral y fictícia en medio de la batalla inexistente. Así, por dos dólares, los reporteros se convertían en intrépidos relatores de sanguinarias contiendas, dos dólares que luego pasaban en forma de dieta a sus respectivos medios de comunicación.

El señor Arturo se hizo famoso por ser corresponsal de guerra en una gran Televisión y seguro que él no fue de estos manipuladores de a realidad, pongo la mano en el fuego. Él era más Hemingway que Frattini.

Ay, como disfrutábamos algunos eternos aprendices que nunca maestros del periodismo con el señor Arturo. Soñábamos con vestir un día esos chalecos de reportero, chalecos llenos de bolígrafos, carretes de fotos y de ganas y valentía para contar sufrimientos a nuestros futuros espectadores. Soñábamos con lucir esas barbas de cuatro días que tan bien dan por cámara y que nos dicen lo mal que se pasa en primera línia de guerra, lejos de la ducha, de una buena cama y de los placeres mundanos de nosotros los occidentales.

Aprovechando los pocos ratos libres que le dejaban los tiros y el correr agachado en paralelo a trincheras manchadas de sangre y miedo, se dedicó a escribir libros, antes y desde entonces, todos ellos récord de ventas. Mira que he leído aventuras del señor Arturo., casi todas gestas históricas protagonizadas por héroes pendencieros , perdedores y  patriotas (PPP).

En uno de estos libros (uno sobre sus aventuras como reportero bélico) se dedicó a contar verdades, sus verdades (cuáles sino?) sobre sus compañeros de campañas y hazañas: que si este se esconde cuando oye un disparo a cien quilómetros, que si este ha se ha muerto de SIDA, normal porque se metía de todo (tampoco le importaba mucho que los padres del difunto no supieran de las auténticas andanzas de su hijo), que si estos follan entre ellos y tal…Algunos criticaron al señor Arturo por descubrir cuestiones que quizás no debieron ser nunca descubiertas. Y de hecho, cuentan algunos que esas indiscreciones fueron el orígen de las desavenencias con sus jefes televisivos y su posterior desvinculación con la empresa (se despidió o le echaron a patadas?). Quizás pesó más en esa desvinculación contractual que el señor Arturo dejó por escrito que había pasado alguna factura poco clara y muy personal a las arcas de su tele, la que pagamos todos. (luego medio rectificó porque quedaba feo, sin que nadie le creyera la enmienda o medio enmienda).

Yo siempre he pensado que era hilar demasiado fino molestarse y más despedirte por cuatro recibos de nada cuando te estás jugando la vida a diario, con lo bien que se está haciendo crónicas parlamentarias, culturales o de la jornada de liga futbolera.

Pero el abandonar su trabajo y nómina más gastos fue una bendición porque así se pudo dedicar a tiempo completo el señor Arturo a su auténtica vocación: escribir emocionantes novelas que eran devoradas por voraces criaturas. Éxitos de ventas, editoriales forradas, traductores sin parar a dormir, autor satisfecho y clientela saciada.

Uno detrás de otro sus best sellers eran garantía de negocio redondo. Y claro, la Academia de la Lengua le fichó. Tenía un perfil adecuado: periodista, joven en comparación con lo que había en la casa, con  talento, fama de deslenguado, chaleco y barba de cuatro días, l’enfant terrible que siempre va bien tener de tu lado.

Pero el señor Arturo tampoco es de esos que se sienta cómodo con alianzas confortables. Quizás sea un rasgo heredado de esos tiempos incómodos y solitarios en campos de batalla. O quizás sea por mantener la fama de huraño, esquivo, hosco o misántropo (me curro el diccionario de sinónimos eh…es que hoy voy de culti, que no culto). Ay, cuánto tienen de él sus personajes  o sus personajes de él.

Así, desde su atalaya acadèmica ha blandido polémicas y zarpazos dialécticos con compañeros académicos: que si unos son unos carcas, que si otros influenciados por lobbies de izquierdas han cambiado el diccionario de manera inopinada e interesada, que si el resto está demasiado apoltronado en sus càtedras, que si soy de los pocos que tiene pelo y poca cana… Ay! que soplo de aire fresco que un foro tan acostumbrado a la tranquilidad de las letras, a su estudio y a su sabia conjugación se vea alterado por gentes como el señor Arturo. Porque las cosas se cambian desde dentro, no desde la vanidad  e ignorancia gratuitas del que critica sin conocer realmente lo que critica.

Esa misma atalaya acadèmica, de ser un erudito, ilustrado, instruido,  sabio, intelectual, docto (que me lo curroooo) de ser líder en ventas literarias y de estar de vuelta de todo ha servido al señor Arturo para desplegar todo el rico, amplio y extraordinario vocabulario español contra sus enemigos, sus detractores, sus demonios, adversarios, hostiles, contrarios, maldicientes, calumniadores, difamadores, opuestos, rivales….(me lo he currado otra vez eh?) Y así no ha ahorrado en calificativos contra ellos: ignorantes, analfabetos, inculta, basurita, túrbio, tonto, demagogo, zafio….Sí, lo sé. Parecen más palabras escupidas por los personajes de sus novelas que por un académico, però que coño! Viva la libertad de expresión y estoy convencido que los intelectuales también tienen la obligación de provocar y cuánto más…. Ya lo hacían no hace mucho Fernán Gómez, don Camilo o Pedro Ruiz y aún hoy Sánchez Dragó, Mila Ximénez y Fedeguico.

El señor Arturo también ha polemizado con el supuesto lobby feminista y cómo influye para cambiar sociedades y diccionarios. Y uno no sabe si al señor Arturo le molesta más una cosa, la otra o una tercera. Y hace poco, anunció el cierre parcial de su ventana en las redes sociales, ya no hablará más aquí de política, políticos, políticas ni cuestiones que le supongan trastornos digestivos, urinarios, neurológicos, mentales, auditivos, estomacales y/o respiratorios (sigo currando me lo, anda que no)..

Pues me sabe mal, la verdad. Porque a mi me gusta el señor Arturo que escribe novelas de aventuras, históricas y pseudo históricas aventuras, però también me pierde el señor Arturo que mete su afilada pluma en ojo ajeno con el objetivo de provocar y sobretodo de joder, como hacen muchos de sus inventados hijos, que tanto parecido tienen a su padre real.

Me da lo mismo que algunos lo o le tilden de icono de la extrema derecha, de ser el àguila desaparecida de banderas muertas y que quieren renacer, de ser un radical facha al cual le sobran cuatro inferiores al norte, al sur, al este y al oeste. Me da lo mismo que su evolución a español perfecto comporte a terceros daños colaterales, aquellos que de tan cerca vio desde los socavones causados por bombas y en los que escondía, sabedor que un proyectil no cae dos veces en el mismo sitio.

El señor Arturo puede decir todo lo que quiera de quien quiera porque se lo ha ganado a pulso. Él puede, él sí, que ha visto como la muerte le ha clavado sus pupilas tantas veces en su chaleco y que tantas otras la  ha sabido burlar desprendiéndose de esa prenda llena de bolígrafos, carretes y valentía. Desprendiéndose para esquivar a la parca incluso de pantalones, camisa, botas y calzoncillos, corriendo desnudo y ya no agachado, sino erguido y orgulloso en paralelo a trincheras. Blandiendo ya no espadas dialécticas, sino los huevos arriba y abajo, culo bamboleante, gafas redondas empañadas en dirección a la fama y al éxito. Quizás con una máscara con banderita como única prenda él corre libre, sin ataduras ni convenciones, con zancada ligera, veloz y amplia. Sin querer gustar a nadie, sólo a él mismo. Él corre. En pos de la eternidad. Siempre señor Arturo.