Me ha costado, pero al fín lo he hecho. Con casi siete años de retraso he leído en tres tardes entre siestas, arena y playa (tampoco se necesita mucho más) “Un día de cólera”, una de las novelas de Arturo Pérez Reverte, aquél periodista de Televisión Española, al que malas lenguas acusan de abusar a menudo de pagar a cuatro borrachos con turbante para que disparasen al aire y así redondear con un punto de dramatización sus crónicas como corresponsal de guerra en lejanas tierras (Ay, cuánto dio de sí la escuela Eric Fratini, aquél bufón de la Cadena Ser enviado a Irak que se ponía discos con efectos especiales de tiros, bombardeos y gritos a la vez que grababa las crónicas de la madre de todas las guerras…) Aquél Pérez Reverte que más tarde saltó a la fama por escribir un libro poniendo a caldo a sus compañeros de redacción y que despues se convirtió en una máquina de hacer best sellers con entretenidas y siempre bien documentadas novelas de misterio y de espadachines.
Pero lo que me interesa de él en este momento es su obsesión contra los nacionalismos. Don Arturo suele decir que los nacionalismos (en referencia también al creciente independentismo catalán) son malos y dice que si se estudiara más, si se leyera más habría menos independentistas. Dura crítica viniendo de un tipo tan culto, ilustrado y leído como él. Lo sabe porque más allá de adornar crónicas con alguna mentirijilla Pérez Reverte ha estado en zonas de conflicto que tienen su semilla en banderas, lenguas, fronteras y demás miserias que han enfrentado a pueblos. No voy a ser yo quién ponga en duda al autor. Es más…puedo estar de acuerdo con el argumento. Tenemos ejemplos más o menos recientes con la pseudo guerra de Las Malvinas-Fackland, el glorioso ataque de Aznar al islote de Perejil o la invasión rusa de las zonas ucranianas que le convenía…
Pero también creo que nada tiene que ver el proceso catalán, el escocés o el vasco, por ejemplo, con los conflictos en Oriente Medio, la antigua Yugoslavia o el corazón de África. Ni Mas ni Rajoy son Milosevic, Mladic o Karadzic, ni los vascos hutus o tutsis, ni los escoceses se van a reconvertir en la OLP, Hamas o Hezbollah. Los paralelismos son malos, incluso en este caso insinuarlos de pasada.
Dicho esto…He leído “Un día de de cólera”. La historia novelada de como el pueblo de Madrid (sólo una parte pequeñita, formada -según el autor- por la peor calaña de los barrios más míseros de la Villa y Corte) se lanza navaja en mano el Dos de Mayo de 1808 a la yugular del invasor francés para volverle a mandar al otro lado de los Pirineos. Una misión imposible teniendo en cuenta que los rebeldes son pocos, sin experiencia militar y desarmados, que los franceses son el mejor ejército de la época y que las autoridades españolas y las clases pudientes y la mayor parte de Las nada pudientes están del lado de los invasores galos o al menos se quedan en casa sin ganas de jaleo. La novela de Pérez Reverte relata como dos capitanes de artillería, Daoíz y Velarde se ponen al mando de los revolucionarios y se hacen fuertes en un pequeño cuartel de la ciudad (Monteleón). A fuerza de leer esta obra de este enemigo de los nacionalismos y banderas separadoras me he llegado a imaginar una y otra vez a Daoíz y a Velarde como si fuesen Stanley Baker y Michael Caine en la película “Zulú” resistiendo los ataques de miles de negros con lanza que nunca se acababan (ni negros, ni lanzas) por mucho que les disparasen o a Richard Widmark y John Wayne conteniendo a los mejicanos del general Santa Ana en El Álamo.
Pérez Reverte, que tanto critica a los nacionalismos, en esta recreación se lía a la cintura la gran bandera española que luce en la madrileña Plaza de Colón para describir las peripecias de los amotinados contra las tropas del Duque de Berg, Joachim Murat. Describe con pluma trémula por la emoción a Luis Daoíz y a Pedro Velarde como dos patriotas que se levantan en armas contra la injustícia francesa, los únicos militares con cierto rango en todo Madrid que se dieron cuenta que el país les necesitaba, dos colosos que se pusieron al frente de decenas de madrileños y resistieron unas horas el asedio de miles de gabachos y que supieron morir como héroes en favor de una Gran España que ya no era, que cualquier medio leído sabrá que ni existía, ni se la esperaba, y eso que hemos quedado en que Pérez Reverte es leído y mucho.
Pero Arturo cómo haces esto? Cómo te ha cautivado el nacionalismo que tanto desprecias? O es que el nacionalismo español es mejor que el de los otros? Sólo te ha faltado contratar a cuatro borrachos para que lanzasen al cielo cohetes mientras describías las hazañas de tus particulares Quijote y Sancho. No decías que el nacionalismo se cura leyendo? Leíste poco? Seguro que no. Pero tienes diferentes varas de medir, dependiendo si te interesa más o mucho más o muchísimo más. Todo sea para redondear crónicas en lejanas guerras o para hacer política con la pluma. Algunas y algunos ya te lo agradecerán con cargos bien remunerados, que se lo pregunten al gran Albert Boadella. Algunas o algunos que ahora mandan mucho y que homenajean el patriotismo de Daoíz y Velarde, pero que si hubiesen vivido en 1808 se hubieran quedado en casa animando los disparos franceses y despreciando a la chusma que se rebelaba (de hecho hoy son las primeras y primeros en criticar movimientos ciudadanos que protestan en la calle contra el orden establecido, o no?).
Llegados a este punto, os diré que he acabado el libro de Pérez Reverte y he empezado a leer las memorias de Paul Auster, “Diario de Invierno” (también con cierto retraso). Sí, la noche y el día. Mucho mejor el sabor del whisky que el de la hipocresía, mejor las vivencias personales del de New Jersey que las invenciones y delirios patriótico-nacionalistas del cartagenero.
Postdata: he escrito este artículo sólo en castellano por dos razones: la primera, por no despertar recelos entre algunos por el enfoque del artículo (considero el castellano una lengua tan própia como el catalán) y la segunda, y la más importante, porque como he dicho otras veces, este es mi blog y hago lo que me sale de las narices con él. Gracias.