Historia real, por encima de sus posibilidades

Mingo tiene 74 años. Ha vivido siempre en Madrid, buena parte de su vida con su esposa, Gloria. Han criado a 3 hijos y bien según este “tabernero” como a él le gusta que le llamen después de haberse dedicado más de 50 años a la hostelería, muchos de ellos en un local propio en el barrio de La Latina. Hace cinco años vendió el bar, lo que le supuso los ahorros para pasar lo que le quedaba de vida  con su mujer y para  ver crecer y malcriar a los 5 nietos. Siempre ha dicho que le gustaría que alguno de ellos acabase con una carrera universitaria  como su hijo mayor, Vidal, arquitecto. O que tuvieran un buen oficio como su segundo hijo, Juan o que “hiciera suerte” como la menor de sus hijos, Laura, que se casó con un buen chico.Pero todo eso se vino abajo en pocos meses. Los tres hijos de Mingo se quedaron sin trabajo, los tres. Vidal, el único soltero se ha ido a Noruega; “qué se te ha perdido ahí?”, le preguntó Mingo. “Nada, papá. Nada se me ha perdido pero si que he encontrado algo, trabajo”. 

Juan se dedica a la fontanería. Tenía una pequeña empresa con tres trabajadores, “más que sus asalariados, eran amigos del barrio, de cuando chicos” dice Mingo. “Pero con la crisis la gente se arregla sus desagües o prefiere tener goteras que pagar su reparación. Y muchos clientes ni  le pagaban. Es jodido pero es así”. Primero, despidió a un amigo (“Lo hicieron a la pajita más larga porque él fue incapaz de decidir a quien enviaba al paro”). Meses después se quedó solo, “no hicieron falta más juegos con la suerte”. Se deshizo del local, no podía pagar el alquiler y ahora tiene las herramientas en casa, debajo las camas. “A la semana, como mucho le salen 3 ó 4 chapuzas”. A los 3 niños los tuvo que desapuntar de actividades extraescolares para ahorrar el dinero que ya no entraba en casa. “Lo más jodido fue desapuntar a la niña de guitarra, la toca muy bien de hecho nosotros se la seguimos pagando hasta que pudimos”. Mingo y Gloria ayudan cada mes a Juan a pagar gastos, entre ellos la hipoteca, unas letras mensuales  de 900 euros, de las cuales quedan por llegar unas 60 (unos 5 años). 

Laura vivía en Parla, un piso alquilado, con el buen chico y sus dos hijos, El buen chico se quedó en el paro hace dos años.”Tiene buenas manos y brazos fuertes, pero no le quieren para nada, Los empresarios de la construcción y de las reformas ya se han acostumbrado a los rumanos, aunque un español ya esté dispuesto a trabajar al mismo precio que ellos, no como hace unos años”.De vez en cuando ayuda a su cuñado, Juan, pero ” a Juan quien le ayuda soy yo”, dice Mingo. Desde el verano Laura y su familia viven con sus padres. El piso está La Latina, cerca de la antigua taberna que sirvió para “criar y bien” a los tres hijos. Es de propiedad, “la taberna nos lo pagó, esos son muchos cafés servidos y pocas vacaciones en agosto”.Tiene 70 metros, tres dormitorios, “dos muy pequeñitos” y un baño, “un piso grande para mi mujer y para mi, pero pequeño para seis personas”.

Mingo me explica todo esto en un banco de una plaza de su barrio. Se friega las manos, arrugadas por el tiempo y deformadas por la artrosis. A pesar del sol y que son las doce del mediodía ya empieza a a hacer frío en el noviembre de Madrid. Sus ojos le delatan, están a punto de caerle las lágrimas, y noto que por dentro llora de rabia y de indignación. Pensaba que lo peor de su vida ya había pasado. Había trabajado duro desde niño, “yo estudiar poco, pero siempre he hecho lo que debía, trabajar y trabajar”. Había “criado bien a sus tres hijos”, “en el barrio muchos de los amigos de mis niños cayeron en la droga o en la golfería. Los míos no, les tenía siempre vigilados. Ni beben”. Con Gloria siempre decían “qué más podemos pedirle a la vida, no nos ha tratado mal después de todo”.

Pero todo ha cambiado. “La puta crisis”, dice. “Y sabes lo peor? Que yo no veo que con lo que nos queda de vender la taberna, apenas para aguantar hasta Semana Santa y con la pensión yo no podré seguir manteniendo a mis hijos y a los nietos”. “Ya ni me tomo el café ni me compro el ABC, cuando tengo algo suelto voy al supermercado y compro paquetes de lentejas y alguna conserva”. “Y que rabia cuando oigo a los políticos por la tele decir que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. A Mingo se le cae una lágrima. moquea, se seca los ojos con el pañuelo y casi de manera imperceptible susurra “Jodido frío que ya ha llegado”.

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